6/11/16

Perpetua postrimería de la decadencia del ser (y no)






I. 
Cuando murió el bebé de Fidel, éste no supo cómo reaccionar, tomo su pickup y se adentró en el desierto, cuando la camioneta no pudo continuar lo hizo a pie hasta que la noche lo abrazo con esa frialdad que tiene la soledad bajo su manto. Fidel lloró, pero el frío le congelo las lágrimas. La noche le tomo la mano lo subió a lo alto de la colina y le presento al desierto. Aquí está el mundo, te pertenece y se hizo a un lado mientras Fidel se arrojaba.

Dejo el dolor ahora no sentía nada.


II.

Sin tener la menor idea de cómo sobrevivir en el desierto ni de día mucho menos de noche, se topó de frente con un coyote, inmóvil sin poder decidir si correr o quedarse estático su cuerpo lo decidió y no se movió, el animal se limitaba a observarlo, no venía solo, un hombre le silbo para tranquilizarlo, se presentó e invito a Fidel a tomar café en la fogata que tenía cerca, en una gruta a quinientos metros. Fidel se descalzo para sentir la arena entre los pies. Se conectó con la tierra mientras sus ojos contemplaban el infinito transparente de la cartografía celeste. Se volvió un vínculo entre el cielo y la tierra, un portal y el hombre del coyote le cubrió la brillantes de su ser con un rebozo. 

Entonces la noche dejo de ser tan oscura, porque su interior brillaba.

 
III.

El hombre del coyote le dijo que dejará atrás sus pasos y sus zapatos, que el fuego le abrazaría para mitigar el frío de la madrugada pero que no despertara la incandescencia porque su naturaleza entonces le abrasaría. Pero motivado por su luz interna y estimulado por el enorme deseo de acabar con el mundo, Fidel  invoco al fuego y le hizo el amor, sin culpas, sin enfado, sin misericordia. El hombre del coyote dormía plácidamente o eso hacía creerle, mientras envuelto en los gemidos y ruidos propios de una batalla de dos cuerpos desnudos, sonreía. Cuando llego la aurora Fidel se volvió cenizas que se esparcieron con la primera ráfaga matutina. El hombre del coyote tomaba café envuelto en la piel de Fidel y del rebozo mientras contemplaba la salida del Sol.

El coyote lloraba en silencio.


IV.

No alimentes a las ballenas rebeldes que cambiaron la profundidad de mar por el azul de cielo, le aconsejó a Fidel en un sueño la vieja ciega de tres ojos, la que no duerme, la que camina descalza y hace ruido al mascar. Al despertar Fidel no tenía alimento para ballenas  y se encontraba frente a él una enorme ballena jorobada cantándole, de esas rebeldes. Apenas era sólido Fidel, el mar lo reconstruyo con la memoria del olvido y los rastros que dejaron las cenizas de su anterior ser. Fidel tomo un pez suicida que para su fortuna había brincándole en sus manos y se lo ofrendo a la enorme ballena jorobada, de esas rebeldes. Fidel también se sentía hambriento pero el mundo le resultaba insípido ahora. El hambre no tiene preferencias por sabor alguno, busca únicamente la saciedad, como la vida.

Buscaria la saciedad.

V.

Durante mucho tiempo Fidel viajo en el lomo de la ballena jorobada, de esas rebeldes, hasta que un día se bajó y se echó a dormir en la espesura de los helechos de un bosque de amargura, buscaba un abrazo cálido, pero la humedad solo le recordaba que Fidel ahora era de cenizas, arena, viento y sal de mar. Subió a lo alto de la montaña y se puso a meditar, memorizo el camino de los astros, las estrellas y nombró cada una de las constelaciones nuevamente, pinto en la roca su nueva mitología y a sus temores los bautizo con los nombres de los fenómenos naturales que no comprendía. Hasta que aburrido descendió a beber un poco de agua, en su reflejo se notó viejo y no le gusto.

Reconocerse fue complicado, no acepto quien era ahora. 

VI.

Un venado que había ido a tomar agua al rio se encontró con un viejo que se lavaba el rostro con mucha fuerza. Cuando dejo de estar sediento y disponiéndose a regresar a la espesura del bosque de la amargura, Fidel lo detuvo pisándole la sombra. Mírame a los ojos le ordeno, pero en su tono se percibía más como una súplica. Cambiemos de cuerpo, déjame ser ciervo a cambio serás un hombre de ceniza, arena, viento y sal de mar. Así fue y Fidel se alejó brincando entre los helechos adentrándose en la espesura del bosque. El ciervo frente a una ballena jorobada, de esas rebeldes, la alimento con un suspiro y una sonrisa, entonces viajo en su lomo. Fidel salió del bosque erguido, solo conservando los ornamentados cuernos del venado que antes fue. La ballena jorobada, de esas rebeldes y el hombre viejo hecho de cenizas, arena, viento y sal de mar, se volvieron nube de tormenta.

Comenzo a llover, pero fue dificil determinar si de tristeza.


VII.


Fidel arrullaba una piedra y dibujaba a la vez a su esposa en la arena, el viento la erosionaba y volvía a comenzar a trazarla, primero el corazón, después los ojos, el cabello y el cuerpo entero, mientras mecía a su piedra, el viento volvía a soplar y el dibujo se iba con las lagrima de impotencia de Fidel, no gritaba su frustración para no despertar la alegoría que representaba su pedazo de piedra. En cambio cantaba una canción de cuna. Empezó a llover pero Fidel no se movía, insistía dibujando en el piso. El canto de una ballena jorobada de esas rebeldes con un hombre viejo hecho de cenizas, arena, viento y sal de mar que traía una antorcha de fuego y que se volvieron tormenta llegaron ante él. Duerme un poco le dijo el hombre viejo y regreso a su forma de venado y se fue corriendo. Fidel tomo el fuego y lo alimento hasta hacerlo fogata y sin pensarlo se arrojó a él.

La noche se ilumino por la luz interna de Fidel que se volvió fuego fatuo.

Recurdo, vida, muerte y cambio.

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